Se denomina como las trompetas de Jericó a un ruido muy estruendoso.
Esta expresión proviene de un episodio de la Biblia. En ella, tras la liberación de los esclavos judíos del faráon egipcio, los israelíes deambulaban por el desierto buscando la tierra prometida. En este éxodo y liderados por Josué, el sucesor de Moisés, alcanzaron las murallas de la ciudad de Jericó.
Estas murallas y las tropas de la ciudad, les cerraban el paso y les impedían continuar. Los muros eran impresionantes, medían 4 metros de ancho, por 4,50 de alto y estaba situada la ciudad sobre un saliente de diez metros, pareciendo así una muralla infranqueable.
Dada la situación, Josué rogó a Dios por ayuda, el cual le dijo:
¡He entregado en tus manos a Jericó, y a su rey con sus guerreros! Tú y tus soldados marcharán una vez alrededor de la ciudad; así lo harán durante seis días. Siete sacerdotes llevarán trompetas hechas de cuernos de carneros, y marcharán frente al arca. El séptimo día ustedes marcharán siete veces alrededor de la ciudad, mientras los sacerdotes tocan las trompetas. Cuando todos escuchen el toque de guerra, el pueblo deberá gritar a voz en cuello. Entonces los muros de la ciudad se derrumbarán, y cada uno entrará sin impedimento.
Los israelíes así lo hicieron y, tras gritar, los muros se derrumbaron. Una vez entraron en la ciudad, mataron a todo anciano, hombre, mujer y niño que encontraron a su paso y, por si fuera poco, Josué echó una maldición a todo aquel que se atreviera a reconstruir la ciudad.
Buena gente donde las haya, sí señor.

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