Se dice que se clava a alguien cuando se le engaña o se le cobra en exceso por algo.
Aunque parezca que esta expresión proviene de la Biblia de cuando crucifican a Jesús, no tiene nada que ver.
Realmente proviene de un engaño que era algo habitual realizado hace tiempo. Cuando un jinete portaba a un buen caballo y necesitaba que se le reajustara un clavo para sujetar correctamente la herradura, a veces sucedía que el herrero lo clavaba aposta de más, de manera que atravesaba la pezuña y se clavaba en la pierna del equino propiamente dicho.
Al principio el afectado no lo notaba, pero según avanzaba la jornada, el caballo se resentiría y no podría avanzar o lo haría demasiado despacio. En ese momento, el viajero se encontraba "casualmente" con un alma cándida que le ofrecía un dinero ridículo por su caballo, una estafa, o le ofrecía una montura claramente peor. Si el pobre hombre realmente tenía mucha prisa, aceptaba el cambio a regañadientes.
Y de aquí procede esta expresión.