jueves, 8 de junio de 2017

Origen de Chupa y Jubón.

La chupa es una chaqueta y el jubón es una de vestir ajustada que cubre el tronco del cuerpo, generalmente con faldones, sin mangas o con mangas fijas o de recambio.

Voy a explicar el origen de ambas palabras a la vez ya que ambas tienen el mismo origen:

Sobre la palabra "chupa", dice Corominas que procede del árabe 'gúbba'>aljuba>juba a través del francés jupe. De ahí tenemos también la palabra "jubón".

Sasel con chupa de cuero.

Origen de Poner a alguien de chupa de dómine.

Hija del dueño del restaurante El dómine Cabra de un programa de Pesadilla en la cocina.

Se dice poner a alguien de chupa de dómine cuando se le falta el respeto en sobremanera.

Esta expresión viene de la obra El Buscón de Francisco de Quevedo. En este libro hay un personaje llamado el dómine Cabra. Este personaje es tachado de miserable y avaro y el origen de la expresión proviene de la siguiente parte de la novela:

Traía un bonete los días de sol, ratonado con mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos en caspa.
La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra, y desde lejos entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía cuello ni puños. 
(…) Al fin, él era archipobre y protomiseria.

A la sotana se la llamaba "chupa" y por ello el decir poner a alguien de chupa de dómine es ensañarse de alguien, como Queveo se ensañó con la "chupa" del dómine Cabra.


Origen de Ves menos que Pepe Leches.

¡Por aquí creo que ya llego al campo (santo)!

Se dice ves menos que Pepe Leches a alguien que tiene muy mala vista.

No se sabe realmente el origen de la expresión, pero según un artículo de Pepe Malo publicado en la "Gaceta óptica" su origen es el siguiente:

José Fernández Albusac, hijo de José y Crescencia, natural de Leganés y de profesión guardia municipal del Ayuntamiento de Madrid, es descrito como varón de estatura media y carácter avinagrado. Parece que tenía la mano ruda a la hora de dirimir confrontaciones callejeras, lo que le proporcionó el sobrenombre de “Pepe Leches”, pues así denominaban las bofetadas las clases bajas de aquel tiempo. Su salud era buena si se exceptúa una afección de la vista conocida por “ojos tiernos”, que enrojecía los párpados y hacía lagrimear los suyos, por otro lado, tremendamente miopes, no corregidos con lentes para no deshonrar el uniforme. Cuando “soltaba una leche”, en expresión barriobajera, no había seguridad de que la recibiese el culpable, pero, como él decía, “ninguno es totalmente inocente cuando dos se pelean”. 

El guardia Fernández – “Pepe Leches” -sentía cierta inclinación a lo agropecuario, que unida a las sospechas sobre la relación de su esposa con el cabo a cuyas órdenes estaba, le indujeron a ingresar en la Guardia Civil recién creada, en la seguridad de que iría destinado a un pueblo, donde sería alguien respetado, podría criar cerdos y gallinas y estaría lejos del cabo seductor. 

La mundología y penetración en las altas esferas que proporciona el ejercer de guardia municipal en la Corte le aconsejaron ir directamente a la cabeza de la Benemérita y, así, aprovechando la presencia del duque de Ahumada en una fiesta benéfica donde le habían enviado para dar servicio, quiso mostrarse en toda su arrogancia, en la seguridad de que unas simples palabritas le ahorrarían los enojosos trámites requeridos para el ingreso en tan prestigioso Cuerpo. Orientado hacia el grupo en que se hallaba el duque, se acercó lanzando una ardiente soflama sobre su espíritu justiciero y abnegación patriótica, pero su escasa visión hizo que el discurso se lo dirigiera a una niña vestida de gitana, hija de los anfitriones, a quien confundió con Ahumada, que con gran regocijo presenció la escena y convenció a Fernández, con el mayor tacto, acerca de la imposibilidad de aceptarle en la Guardia Civil, que requeriría vista de lince. 

El guardia Fernández – “Pepe Leches” – murió años después atropellado por una carroza fúnebre cuando creía topar con su sobrina, según dedujeron los testigos del accidente, que le oyeron exclamar: “¡Pero qué bestia eres, Manuela!”. En el duelo, su áspera condición se tradujo en la más absoluta falta de las alabanzas acostumbradas en tales casos. Unicamente el cabo de quien tanto sospechó se atrevió a decir: Pobre Fernández, con la letra tan buena que tenía”.